lunes, 18 de abril de 2011

LA FUNCIÓN DEL ESTADO. PRIMERA PARTE.













Es probable que el núcleo de la discusión en las elecciones de octubre de 2o11, en Argentina, esté referido al rol que cumpla el Estado en los próximos cuatro años. Pero ¿Qué son los Estados? Más o menos consolidados, más o menos autoritarios, más o menos abarcativos, más o menos eficientes o más o menos bobos; han constituido siempre el centro de la organización social. En esta primera entrada va una semblanza del proceso estatal desde su génesis.


El Estado se origina en la misma naturaleza gregaria del ser humano. Para nuestros primitivos antepasados la supervivencia dependía, en gran parte, del sentido comunitario y de asociación. Entre los miembros del clan primario de hecho, pero también con otros grupos cuando la cacería requería de una mayor cantidad de individuos para enfrentar el peligro que significaban las manadas de grandes animales. La organización estatal era una necesidad.


Aquella incipiente, pero vital, presencia del Estado expresa el núcleo sustantivo del fenómeno en su máxima pureza: la urgencia de la acción colectiva que hace posible la supervivencia del grupo y de cada uno de sus integrantes. Luego, las primeras agrupaciones prehistóricas consolidaron su sedentarismo a partir de la producción agrícola: crecieron las poblaciones, diversificaron sus actividades y se asentaron en aldeas con relaciones mucho más complejas.


Pero las complicaciones burocráticas de la organización estatal harán sentir su rigor sobre las comunidades de los primeros imperios: Egipto, Mesopotamia, también China e India, a orillas de los grandes ríos euroasiáticos. Y mucho más próximo a occidente, promediando el final la Edad antigua, el imperio romano. Aquí el Estado ya era un garantizador de privilegios (claro, de los grupos dominantes de la sociedad).


A pesar de tanta historia, los Estados modernos son construcciones de los últimos quinientos años. Van tomando forma en la Europa del siglo XV bajo el contexto político, social y económico de las "naciones" que emergían como respuesta al colapso del sistema feudal. Estos Estados modernos significarán, en un principio, el resurgir de la monarquía en base a la acuñación de UNA moneda, la obediencia a UNA ley, el servicio de todos a UN ejército y el reconocimiento internacional a UNA diplomacia. Estos cuatro elementos unidos conducirán a la MONARQUÍA ABSOLUTA.


Por su parte, la fragmentación política y territorial que supondrán las nuevas naciones serán apenas superadoras del sistema feudal y a un costo altísimo para la humanidad: guerras interminables por la definición de las fronteras y, a muy grandes rasgos, la conformación de bloques hegemónicos que conducirán a conflagraciones tan abarcativas como la primera y segunda "guerras mundiales".


Pero, tal vez, el ingrediente más conflictivo de la organización estatal nacional contemporánea ha sido su marco interno. La consolidación del capitalismo en el siglo XVIII y el surgimiento del socialismo en el XIX como respuesta a los terribles desajustes sociales provocados por aquel, han sido la causa principal de los enfrentamientos internos que han perjudicado la convivencia en los actuales Estados. Productos de esa dialéctica, las naciones occidentales contemporáneas han padecido, y padecen, profundas divergencias acerca del modelo estatal que configurará su organización. Las propuestas de los siglos XX y lo que va del XXI son muy claras y definidas, para el mundo, latinoamérica y la Argentina.



En próximas entradas veremos las más representativas.

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